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La adopté en 2018, cuando tendría unos nueve años. No sabemos nada de su pasado, solo que apareció abandonada.

Llegó hecha una piltrafilla, pero su alma de bóxer esperaba escondida, dispuesta a salir en cuanto comiese opíparamente cada día. Pero junto a esa bóxer hay un alma podenca nada agazapada, que convierte a Parrula en la perra más feliz de la galaxia cada vez que salimos a pasear.

No puede haber una perra más buena que ella, ¡os lo prometo! Es cariñosa hasta el extremo, dulce, capaz de aguantarlas tolerías de Haiku sin inmutarse…

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